jueves, 5 de julio de 2018

Ignacio Iturria. Conociendo a un artista uruguayo

Hombre de pocas palabras, de voz grave e ideas profundas, este artista dedicado a la pintura desde muy pequeño no deja de maravillarse con el mundo visual. Más que un arte, la pintura es su lenguaje para dialogar con el mundo.Conoce la bohemia y la vida familiar. Sigue embarcándose en aventuras y es uno de los afortunados que pueden decir que viven de lo que les apasiona.

“Siempre pienso que soy uruguayo, hombre y pintor. Esas son las tres cosas que tengo clarísimas”. Así se define Ignacio Iturria, un artista al que no le gusta hablar mucho, fanático del fútbol y cuya visión del mundo es literalmente eso: una visión con los ojos. “No le doy tanta importancia a la palabra como a lo que veo de las personas”.
“Desde muy chiquito disfruté y me gustó estar conmigo. No me asustaba la soledad, al revés, me permitía un espacio de pensamiento alejado del resto. Traté de escribir, porque lo que quería era estar adentro en un escritorio, hasta que un día se me ocurrió empezar a comunicarme con la pintura. Me acuerdo que una vez como de forma de reconciliación por no sé qué problema que tenía con mis padres –porque yo era bastante difícil, capaz que sigo siéndolo– les mandé un dibujo por mi hermana y me sacaron de la penitencia, y ahí dije: “Pah, esto funciona”. Todo lo que no pude decir hablando se los dije en un dibujo y me di cuenta de que esa era mi forma de transmitir lo que no les podía decir con palabras”

¿Creés en la inspiración? Sí, creo, porque la inspiración son algunos momentos o instantes de lucidez que tenés y hay que aprovecharlos. Cuando te aparecen sentís que se te iluminó una cosa y a partir de esa nueva luz desarrollás algo. Y eso aparece en el trabajo diario, vos le vas dando y de repente un día hay un cambio, se te abre otro lugar. A eso va uno al estudio, a ver si ese es el día milagroso, y a veces sí.

Él fue un pintor que se mostró e hizo de sí mismo parte del surrealismo, entonces toda la gente lo copiaba (Movimiento artístico y literario que surgió en Francia después de la Primera Guerra Mundial y que se inspira en las teorías psicoanalíticas para intentar reflejar el funcionamiento del subconsciente, dejando de lado cualquier tipo de control racional)

A fines de la década de 1970 se trasladó a Cadaqués, un pueblito mediterráneo al norte de España donde quería vivir por lo menos un año la vida soñada alrededor de la pintura. El año se transformó en 10 y allí cumplió su cometido de nutrirse de los grandes artistas y vivir en carne propia la historia de la pintura.

Regreso a Uruguay
“Fue una vuelta que no fue necesariamente física, el cambio fue de pintar lo que estaba mirando afuera a hacer una pintura más introspectiva y empezar a pintar con mis recuerdos, con el subconsciente y todas las cosas que me empezaron a salir eran relacionadas con el paisaje uruguayo. No creo que haya dejado nada por pintar: el campo, la ciudad, el puerto, la Facultad de Derecho, los edificios, la plaza Independencia, los ómnibus de Cutcsa, los escolares, los blandengues, los trolley. Todo lo que empezaba a salir cuando dejaba soltar mis recuerdos eran cosas que me venían de ese tiempo de niñez y adolescencia, en el que uno retiene con mayor atención los objetos, los muebles, los platos, los tenedores. Ahí ya había vuelto mentalmente y fue también un descubrimiento encontrar que tenía esa bolsa de cosas”. La vuelta a sus raíces y el retorno físico no fueron por casualidad, la muerte de su padre hizo de punto de inflexión entre el Iturria más paisajístico y el introspectivo. Su paleta de colores cambió, sus tonos se volvieron más grises, pero en realidad su mayor cambio fue en la forma y en la temática.

PINTURAS

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